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Los observaba, allí, dos cuerpos pequeños jugando en la orilla del mar. Uno empujaba al otro, el otro se sumergía y volvía a salir bañado en agua salada. Se salpicaban, reían, y solo en algunos momentos, miraban hacia atrás, buscándome. Buscaban mi mirada, su protección. Yo los esperaba en la arena, justo al borde de donde acaba el mar, donde la espuma blanca rozaba mis pies.
Ella, como madre igual que yo, con hijos bañados en el mismo mar, quería protegerlos, mimarlos, abrazarlos mientras los secaba con la toalla, aprovechando esos últimos besos de infancia, esos últimos años de conexión profunda y acompañamiento. Ella no pudo. A ella le robaron esos momentos.
Los niños jugaban en las aguas que bañan Gaza. Ellos reían, ellos se salpicaban, ellos se sumergían. Un disparo, no volvieron sus cuerpos a salir del agua. No volvieron nunca más a encontrar su mirada. La espuma ya no era blanca, quedó teñida de rojo sangre.
Mecidos por las olas, los cuerpos flotaban, inertes, una madre desesperada corrió hacia ellos, para detener el tiempo, para agitarlos, para devolverlos a la vida.
Gritó, gritó tan alto que perdió la voz, se la robaron. Igual que robaron la vida de esos niños, igual que destruyeron los sueños de miles de almas, todas ya sin cuerpos, todo robado. La ciudad destruida, las escuelas, las universidades, los hospitales, los parques, las avenidas, las calles, los hogares. Todo robado. Gaza robada. Palestina robada.
Una historia de dolor y sufrimiento entre muchas. Un robo que se perpetúa en el tiempo y que en estos tiempos se hace aún mayor, inaguantable.
A Palestina se le ha robado el derecho a resistir. El derecho a gritar. El derecho ha ser apoyada por el mundo. Se le ha robado el derecho de la palabra, de estar en nuestra boca, de hondear su bandera, de cantar sus canciones. Se le ha robado la cultura, el HUMMUS y el FALAFEL, incluso.
Apelo a todas las madres y padres del mundo. Apelo a todos los hijos e hijas del mundo.
Qué más ha de suceder para que se pare el mundo, para que todos como hermanos y hermanas salgamos a la calle, gritemos antes de que nos roben nuestra voz, gritemos para que pare tanto dolor. Gritemos que somos Palestina. Palestina enseña vida.
Algunos aún dicen que "no entienden", que "no saben", que "hay dos bandos", que si "ni uno ni otro", que "si daño colateral", que si "escudos humanos", "el derecho a la legítima defensa", "el derecho a existir de Israel" y más palabras eco de la tibieza y complicidad de los medios, de la falsa simetría, de la justificación de estas muertes que parecen no importar, del poder de las palabras para cambiar la realidad.
No hay dos bandos, NO. Nosotros no pedimos el asesinato de civiles inocentes de Israel, nosotros no pedimos venganza. Nosotros pedimos JUSTICIA. Pedimos que se pare este Genocidio, que los criminales de este atroz terrorismo de estado sean juzgados, que PALESTINA exista y sea LIBRE.
La cultura de la IMPUNIDAD hace mucho daño. Hemos visto a ministros israelíes alentar al genocidio. Más de dos tercios de la población israelí está a favor de matarlos a todos (palestinos), salen con pancartas pidiendo el asesinato de bebés abiertamente, cientos impiden la entrada de AYUDA HUMANITARIA, mientras la FOI (Fuerzas de Ocupación Israelí) graba videos en TIK TOK mostrando su desprecio a la vida humana. Se saben IMPUNES, y eso es muy peligroso.
Que no nos vendan que "luchan contra el terrorismo", porque no hay mayor terrorismo que el que comete un estado, destruyendo hospitales, escuelas, avenidas, a toda una sociedad, saltándose las leyes internacionales, convención de Ginebra, la ONU.
Y mañana, otra película sobre el HOLOCAUSTO JUDÍO se estrenará, para seguir siendo VICTIMA Y VERDUGO al mismo tiempo. Para seguir obviando el presente, este GENOCIDIO que a mí no me deja vivir con normalidad, porque me niego a normalizar que se use el alimento para asesinar a todo un pueblo, que se use el agua, la electricidad.
El cambio climático, la lucha de clases, los recursos que se acaban, el capitalismo más feroz. DESPIERTEN, PALESTINA somos TODOS.