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Me gustaría poner en relieve un tipo de discriminación hacia la mujer asumido: ya integrado en nuestra sociedad, en nuestras costumbres. Es un machismo aceptado; de hecho no se considera machismo, haciéndolo aún más peligroso. Se asume, se asocia a la mujer, se ve normal, usual, cotidiano. Intelectuales, rebeldes, conservadores, progres, mujeres y hombres, niños e incluso feministas, lo interiorizan en su cultura, en su forma de actuar, en su forma de vestir, en su forma de juzgar y de jugar.
Mediante algunos ejemplos, intentaré mostrar mi punto de vista:
El pasado sábado fui a un cine de verano: dos películas por 5 €. Un buen precio si dichas películas merecieran el tiempo invertido en verlas. Pero como siempre se puede aprender algo, toda experiencia es válida, así que comencé a analizarlas, y éstas son algunas de las anotaciones mentales que me hice:
La primera película estaba dirigida a un público infantil, “Operación cacahuete”, donde un protagonista masculino y héroe al mismo tiempo (bastante usual en estos días) intenta agenciarse de numerosos sacos de cacahuetes de una tienda de malhechores humanos. Estos criminales usaban la tienda como tapadera para cometer un robo a un banco. El jefe de la banda, nada atractivo y cuarentón (por no decir cincuentón), tiene una joven novia, rubia, con cintura de avispa, ojos azules, nariz respingona y cuerpo de Barbie. Además de guapa, su amor le ciega y es ajena a las fechorías de su amante (pobre mujer ingenua).
Por otro lado, en el mundo animal, podemos destacar a una ardilla hembra, que demuestra ser inteligente pero sumisa, ya que sigue las órdenes de un mapache macho que nunca reconoce sus logros, no confía en ella a pesar de demostrar una vez y otra también que es la más brillante del grupo de animales del parque (sin contar con nuestro héroe bohemio e independiente, claro).
Finalmente, esta ardilla-dama es salvada, cómo no, por un “ardillo”, perdón, quise decir por nuestro guapo, astuto, gracioso y hasta atractivo protagonista.
La segunda película, “Lucy”, estaba protagonizada por la famosa actriz Scarlett Johansson y también colaboraba en ella el señor Morgan Freeman, para darle un carácter más intelectual al largometraje, claro.
Sin entrar a detallar la trama de la película (por si alguien tiene interés en verla), os comento que la protagonista llega a usar el 100% de su cerebro. No lo hace directamente sino poco a poco, y a pesar de reconocer que este hecho la deshumaniza, es decir, aparta sus sentimientos a un plano secundario e incluso terciario, por su forma calculada y fría de actuar, sigue vistiendo un sexy traje de fiesta, ajustado, corto, donde deja ver sus atractivos, y calza unos tacones de más de 10 centímetros. Parece poco coherente que alguien preocupado por analizar cómo funciona el universo, la mente humana, nuestros órganos y demás enigmas, se preocupe por lucir su cuerpo, quizás por eso se haga llamar Lucy la protagonista. Pero dejando atrás chistes malos, alguien tan inteligente como esta señora asume que ha de llevar incómodos tacones y estar atractiva aunque se trate de luchar contra peligrosos asesinos (es bastante incómodo correr con tacones altos e, incluso, diría más: es prácticamente imposible).
Por otro lado, esta mujer se reúne con un reducido número de científicos para transmitir sus conocimientos y he aquí la aparición de Morgan Freeman (hombre de una edad ya considerable, poco atractivo y que viste con bata en la mayoría de las escenas o con un traje de chaqueta nada ajustado). No es difícil percatarse que en este conjunto de investigadores de renombre no aparece ni una sola figura femenina (quizás si apareciera lo haría con una bata entre abierta mostrando sus turgentes pechos o quizás no, para no competir con la fina belleza de Johansson). Uno podría pensar que es realista, que existen más hombres destacables que mujeres en el campo de la investigación, pero aún si eso fuera cierto, ¿no estamos ante una película de ciencia ficción? ¿No estamos ante una joven que aprovecha toda la capacidad del cerebro como consecuencia de un hecho poco creíble? (no lo comento por respeto a los interesados en este “gran” film) Entonces, ¿por qué no incluir, por lo menos, a una sola investigadora en ese equipo de magníficos científicos?
Para terminar con estas apreciaciones, la guapa actriz besa a un hombre, inspector de policía, que quizás pueda ser atractivo mirado desde una distancia de unos 500 metros (y que conste que no soy nada superficial) pero destaca el hecho de que ninguno de los actores masculinos, numerosos por otra parte, no estén especialmente de buen ver, sino más bien, todo lo contrario.
Si hablamos de números, los papeles masculinos ganaban con creces a los femeninos: El mundo criminal era un mundo de hombres, el mundo científico era un mundo de hombres, el mundo policial era un mundo de hombres. En el hospital, la persona que estaba a cargo de una operación y que se encargó de nuestra protagonista, era un hombre. Taxistas, policías, recepcionistas del hotel, incluso azafato encargado, todos eran hombres e insistiendo en el tema, ninguno destacaba por su físico.
Estos dos ejemplos cinematográficos anteriores son sólo eso, dos ejemplos (dos pequeñas gotas en un océano inmenso). Existen miles de dibujos animados donde el protagonista es un niño, un hombre, un perro, un gato cósmico…, y si se trata de un grupo de amigos, suele existir entre ellos un papel femenino, demos gracias al guionista, cuyo rol y objetivo es ese, ser la chica del grupo (ver “Doraemon”). Recordemos a “Los Pitufos”, podíamos encontrar Pitufo Filósofo, Pitufo Gruñón, Pitufo Soñador, Papá Pitufo y Pitufina. Pitufina podría haberse llamado Pitufo Hembra, porque era realmente el papel que desempeñaba. El mensaje que se da con este tipo de dibujos animados es ese: en la sociedad existe de todo: cómicos, malvados, astutos, habilidosos, líderes y mujeres. Pero no se crean que el papel de mujer es de una mujer cualquiera (cómica, malvada, astuta, habilidosa, líder…), ha de ser una mujer sensual, recordemos que Pitufina lleva tacones, es rubia y no tiene ninguna habilidad especial aparte de ser una hembra. No estamos ante un papel de mujer graciosa o mala malísima, sino ante la interpretación de una mujer sexy, linda, hermosa, incluso erótica, que contonee sus caderas al andar, saque pecho y culo al mismo tiempo, esté siempre maquillada (por ejemplo la coprotagonista en “Tadeo Jones” es una mujer muy sensual, o si comparamos Finn con su análogo femenino, Fionna, de la serie de Hora de Aventuras, podemos observar los cuerpos de uno y otro). Y si el contexto no es el mundo humano, sino un planeta mágico de animales, robots o de seres mitológicos, el personaje femenino siempre se hará notar por sus voluminosos pechos, caderas descomunales y cinturita estrecha, aunque sea ilógico que un pájaro hembra cumpla los cánones de belleza implantados en las humanas (como se pueden ver en las formas de los personajes femeninos de la serie de dibujos “Historias corrientes”).
Además de los hechos antes descritos, el papel femenino no es un papel divertido, ni valiente, ni curioso, para eso ya hay muchos otros personajes masculinos que saben cómo entretener a los espectadores.
Pero no sólo en los dibujos animados se cumple ese hecho machista asumido por todos, en las películas el rol de la fémina suele ser también sensual, atractivo y bello. Y no sólo ha de ser hermosa, sino que ha de mostrar sus encantos. Estas actrices nunca llevarán ropa floja, o aparecerán en escena de una forma algo más natural, sin embargo los actores sí pueden ser naturales (véase la cantidad de operaciones de cirugía estética a la que se someten las actrices para transformar su nariz en algo minúsculo, para cambiar sus senos por otros más voluminosos, para hinchar sus labios y hacerlos más llamativos, y todo por una sencilla razón: a ellas no se les permite ser imperfectas si quieren llegar alto en el mundo cinematográfico y televisivo)
Todo lo descrito anteriormente ocurre también en los programas de televisión, en todas las cadenas, pero llama la atención de forma especial “La Sexta”, donde su programación se basa en criticar a los movimientos políticos más conservadores, dejando atrás la lucha por la igualdad. Las presentadoras, muchas de ellas inteligentes, grandes profesionales, han de aparecer en pantalla como seres extraordinariamente artificiales, como si se trataran de muñecas: tacones de aguja, vestidos ajustados y escotados, caras pintadas donde los ojos atrapan la mirada de cualquier mortal, cabellos exuberantes (uso de extensiones) y un largo etcétera que demuestra que aun siendo de “izquierdas” la mujer ha de estar siempre eróticamente vestida frente a hombres poco atractivos o simplemente atractivos que se presentan de un modo mucho más natural, cercano y gracioso.
Es triste pero hemos asumido que esa es la forma de la mujer, aunque combata el crimen, ha de hacerlo con pantalones cortos y camiseta muy muy estrecha (véase “Tomb Raider”). Si se trata de una valiente agente (como Halle Berry en “Muere otro día”, James Bond 20) ha de ser explosiva, aparecer en escena mojada por el agua de mar y deslumbrantemente sensual. No dejemos atrás el mundo de la música, donde mujeres con voces inigualables han de mostrar sus encantos durante conciertos, portadas de discos y video clips vistiendo poca ropa.
Este tipo de machismo no es considerado como tal: es asumido, asimilado y aceptado. Es una muestra de la sociedad patriarcal donde vivimos: la sumisión de la mujer hacia el hombre. Donde frases como: “niña, aprovecha el cuerpo que tienes y ponte una minifalda”, o “viste como una mujer”, dirigidas a chicas que no se preocupan por exhibir sus encantos, sólo son una muestra más de lo interiorizado que tenemos este tipo de conducta. Porque al hablar de aprovechar el cuerpo uno podría pensar que se refiere a hacer actividades divertidas como amar, bucear, bailar, sin embargo, eso de aprovechar el cuerpo es sinónimo de lucirlo, exponerlo, da igual el contexto (laboral, lucrativo, familiar…), no importa las condiciones meteorológicas (el frío no frena a las jóvenes a vestir faldas cortas) y sin pensar si es saludable o no (llevar de forma periódica tacones altos deforma los pies y daña la columna vertebral).
Parece que luchar por la igualdad es comenzar a decir “niños y niñas” en los colegios, “vosotros y vosotras” en los discursos, “auditor y auditora” en las ofertas de empleo pero, en muchos casos, dicho por mujeres preocupadas por su físico, mujeres maquilladas, mujeres explosivas y mujeres poco naturales.
Por otro lado, nuestra sociedad occidental, inmersa en su propio egocentrismo y superioridad, y sin ser consciente de sus propios puntos débiles, es capaz de juzgar a otras culturas tachando éstas de machistas y lejanas de la igualdad. Un ejemplo claro es la persecución de las mujeres que llevan velo: parece que nos arde el alma cuando vemos niñas en colegios llevando ese pañuelo en la cabeza, pero no nos daña el corazón observar como otras adolescentes se empapan de literatura barata donde les enseñan a ser la más popular a costa de perder la identidad, la personalidad y seguir una conducta cuyo objetivo es sólo contentar a los chicos (es muy probable que la redacción de estas revistas nada educativas sea obra de un hombre). Es poco coherente sentir que la religión musulmana discrimina a la mujer por taparla y cubrirla ante los ojos libidinosos de su sexo opuesto si al mismo tiempo se pasa por alto que nuestra cultura hace claramente lo contrario. Desde edades tempranas las chicas quieren cambiar su cuerpo, se acomplejan por ridículos detalles anatómicos como no tener los tobillos finos, se maquillan para enseñar una cara distinta, llevan pantalones minúsculos enseñando el comienzo de sus glúteos, algunas se disfrazan del símbolo de playboy (conejito) para sentirse más codiciada; escotes, tacones difíciles de llevar y un sinfín de conductas que las aparta de otras mucho más interesantes y gratificantes como podría ser la lectura, la música, la naturaleza, la ciencia…
Hemos de reconocer que nuestra sociedad está construida por y para los hombres, igual que las existentes en el resto de nuestro planeta, quizás podamos estar más avanzados que muchas otras en el tema de la igualdad (aunque no olvidemos que ningún gobierno occidental pone límites a la industria pornográfica, ni siquiera Google, con el que cualquier niña o niño puede acceder a imágenes y vídeos de casi todo tipo) pero todavía nos queda un gran camino que recorrer y el hecho de criticar y desprestigiar otras culturas no nos hace merecedores de ninguna medallita o condecoración cuya insignia sea: “nosotros sí que respetamos a las mujeres”. La autocrítica es el único modo de mejorar.
Finalizando, he aquí algunos casos prácticos que muestran lo desarrollado anteriormente:
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