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Era lunes, 23 de Octubre, si no recuerdo mal. Acababa de cenar en casa de mis padres y, por estar más tiempo con ellos, en vez de irme a la cama a esperar un nuevo día, me quedé en la sala de estar viendo la tele en su compañía.
Mis padres seguían una serie de televisión, Isabel y Fernando, creo que así se llamaba. La emitían en TVE. En mi opinión todas estas series son iguales, sólo cambia el escenario. Existe una guapa, un guapo, hay un malo malísimo, uno que está enamorado de una, una que no sabe que él es su hermano, y así…pero esto entra a formar parte de otra reflexión, que en ésta no tiene cabida.
Sigamos pues, por la serie, por lo que pasó. En una de las escenas, el padre de Fernando se iba a operar de la vista, por lo visto (valga la redundancia) tenía líquido en los ojos, y el pobre no veía. El médico, o curandero era de religión judía. Entonces, Fernando le dijo a su padre: “¿Te vas a poner en manos de un judío?” y así sin más, una pregunta escrita apareció en todas las pantallas de las televisiones de todos los espectadores españoles. Esta pregunta no tenía nada que ver con la serie, era una pregunta que habían añadido, la pregunta podía haber sido: “¿Te vas perder mañana martes el partido entre el Valladolid y el Celta?”, o “¿Quieres ver el estreno de mira quién baila novena edición?”. Pero no fue esa pregunta escrita, sino la siguiente: “¿Era Fernando antisemita?” Y salió la palabra mágica, la palabra que desde hace tiempo se repite en libros que son Best Seller, en películas que recaudan miles de millones en taquillas de cines, días que se conmemoran de forma anual, trimestral e incluso mensual donde un político dice: “Recordar para no olvidar”.
La verdad, me llamó la atención esa frase (que no es más que propaganda, ya que en vez de salir esas líneas escritas en la parte inferior de mi televisor, podría haber salido, como ya dije antes, otro anuncio) por varios motivos que paso a enumerar:
Primero, decir que en escenas anteriores, el hermano de Isabel habló duramente y despectivamente de andaluces y de moros. Y esas palabras no merecieron pregunta alguna, como por ejemplo: “¿Era el hermano de Isabel islamófobo?”
Y por otra parte, ¿existía el antisemitismo en esa época? ¿No es esa palabra, ese movimiento, algo que nació en Europa a finales del siglo XIX? ¿No es cierto que los cristianos echaron tanto a judíos como a musulmanes de España en la época de los reyes católicos? Y si hubiera habido budistas, pues también lo hubieran echado.
La verdad, me escama, a la vez, que me da risa, una risa muy irónica, esa manía relativamente reciente, de antisemitarlo todo. Sé que me he inventado la palabra, pero no encuentro una mejor para este suceso que está ocurriendo.
Entonces, Fernando era antisemita, pero no islamófobo. Cuando escribo esta reflexión en el procesador de textos, Word, me subraya la palabra islamófobo como si fuera errónea, como si no existiera. Sin embargo, acepta la de antisemita. Pues eso mismo ocurre actualmente.
Antisemitarlo todo, expresión que trata de describir el fenómeno de repetir hasta la saciedad que existió y que sigue existiendo odio a los judíos. Que éstos eran y serán víctimas. Que éstos,
debido a tal persecución, han de encontrar una patria, una patria judía (aunque sea a costa de perseguir a otros). Este proceso obvia otras persecuciones, sólo se centra en la suya. No se puede cuestionar cualquier hecho que se haya considerado antisemita. De hecho, la simple consideración es ya un acto antisemita. Y este fenómeno no es llevado a cabo por una asociación de semitas, sino de sionistas, que más que asociación forman parte de una corporación. Una corporación que invade gobiernos, empresas y medios de comunicación.
Y todo esto es lo que hace dar sentido a esa pregunta que salió a una hora punta en todas las pantallas de nuestros televisores mientras veíamos una serie de gran éxito. No se nos puede olvidar, los judíos están en peligro, y por ello hemos de apoyar las campañas bélicas de Israel.